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ALBORADA

La televisión. De chica no tiene nada...

La televisión. De chica no tiene nada... * Texto Publicado en la revista educativa Sin recreo... por la cultura del maestro N° 6

Juan de Dios Pérez Alfaro

Existe un triángulo, no precisamente amoroso, entre televisión, familia y escuela. El debate sobre la influencia de la televisión y el efecto de su contenido está hoy en la mesa de las discusiones. Se acusa a la televisión de someter a sus espectadores, en su mayoría niños, al bombardeo de imágenes que promueven el consumismo, el sexismo, la degradación de valores, hechos violentos, entre otras atenuantes. “Los mexicanos somos testigos de una televisión comercial que programa diariamente, sin el menor respeto a la inteligencia de los televidentes y muchas veces contra la formación valoral que la escuela enseña y que los niños aprenden, una avalancha de mensajes éticos y morales que niegan y contradicen el aprender a convivir que persigue la educación pública en México”, señala sentenciosamente el Observatorio Ciudadano de la Educación en su “Comunicado 109” del 18 de octubre de 2003 en La Jornada.
Se atestigua que la “pantalla chica” está ganando cada vez más espacio frente a la familia y la escuela como instituciones formadoras y socializadoras. Se quiera o no, dicta pautas y modelos de roles sociales. Los contenidos televisivos se están ocupando de un rol formativo que anteriormente tenía la familia, al explicar a los niños asuntos de sexualidad, la vida, la muerte, la justicia o la verdad.
En expresión monsiváisiana, si la televisión es la última pedagogía de la sociedad, el determinismo es la ideología que la explica. Determinismo que devasta la diversidad, homogeniza, excluye y pone en desventaja.
Pero hay acusaciones todavía más severas. Noam Chosmsky, por ejemplo, en un sentido orweliano, considera a la televisión como el aparato desde cuya praxis se manipula el pensamiento, por medio de un uso de lo que él llama doble lenguaje. Giovanni Sartori, detractor y profeta de nuestro tiempo, en su reciente libro Homo Videns. La sociedad teledirigida, habla del aprendizaje no por abstracciones, conseguido por la cultura literaria, sino del aprendizaje por imágenes, beneficio del video. Según Sartori, “el video está trasformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen”.
Bajo la misma posición Chomskyana, el escritor Uruguayo, Eduardo Galeano, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés señala que “…el mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera”.
Y en este mar de críticas, la televisión sigue imparable, se reafirma como industria del entretenimiento. Sus dueños atestiguan que su propósito es entretener y no educar. Cualesquiera que sean las posturas, es una realidad evidente que la televisión es la gran narradora de historias tanto reales como ficticias. Para Pablo Latapí Sarre: “El lenguaje de la televisión es complejo, se rige por la lógica del relato, no la del discurso racional; privilegia la yuxtaposición de imágenes sobre la linearidad, recorreré connotaciones eficientistas y contrastadas. (...) este lenguaje se enfoca al ámbito emocional, eclipsa la argumentación racional y suspende, por lo menos momentáneamente, la capacidad analítica de las audiencias sumergiéndola en el ámbito de la emotividad”.
Entonces, los infantes, que pasan alrededor de cuatro horas diarias frente a la llamada “Caja Mágica” son educados en la complacencia. La televisión provoca en ellos meras reacciones psicológicas: temor, rechazo, alegrías, angustias, entre otras, pero nunca una verdadera decodificación de los mensajes. Por ello, Giovanni Sartori, asienta que “...en la televisión el hecho de ver prevalece sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen. Y como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico”. La naturaleza misma de la comunicación está siendo trasgredida. Se está suplantando la letra y modificando los paradigmas cognoscitivos, por meras construcciones en el plano de lo sensorial. En este sentido, la tele -como coloquialmente le nombramos- es verdaderamente un medio frío, como sostuvo Marshall McLuhan, pero para nada una simple prolongación de nuestra vista.
La escuela no puede ignorar su impacto. El educador necesita alfabetizarse en el lenguaje televisivo para capitalizar su impacto. Pensemos que el tipo de influencia que ejerce depende del receptor y su visión: la enriquece, la enajena o la cierra.
“El chico pasa más horas frente al televisor que en la escuela. Pero además, son horas más intensas las que provee la TV. El hiperrealismo televisivo permite situaciones que la experiencia no-virtual no puede reproducir. Paneos, encuadres múltiples, lentes diversas, secuencias interrumpidas, hacen de la visualidad un campo de atracción que, las más de las veces, encuentra como su opuesto en la escuela sólo al pizarrón y la tiza”, enjuicia Roberto A. Follari en “¿Leer en tiempos de vétigo?” publicado en el número uno de Sin recreo.
Pablo Latapí Sarre, en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario 2003 de la Universidad Veracruzana, habló de reconstruir, discernir, desmantelar ante los alumnos lo que es la televisión, su juego, las manipulaciones. Desmantelar para comprenderla, descifrar sus lenguajes y gramáticas. Propuso cuatro estrategias:

1. Hacer que los alumnos jueguen al televidente ciego, sólo se oye el audio; o al televidente sordo, sólo se ve la imagen, para comprender lo complejo del lenguaje de la televisión y así descubrir las mediaciones sensoriales a que recurre. Es una manera de deconstruirla, de llegar a sus entrañas, de comprenderla, de ponerse por arriba de ella en la medida de lo posible.

2. Jugar al camarógrafo con una hoja de papel enrollado para comprender cómo la televisión no está reflejando la realidad como es sino que la acomoda al efecto que busca.

3. Clasificar los programas y canales (estrategia más analítica y crítica). Analizar por qué se tienen determinadas preferencias.

4. Comprender el juego mercadológico de la televisión guiada por la racionalidad del raiting para elevar sus ganancias. Lograr que los alumnos vean críticamente ese juego.

De lo que se trata es de promover en los alumnos una cultura comunicacional y mediática de la televisión para aprovecharla. “Hay que incluir en la escuela lo que está cotidianamente en la TV: publicidades, noticieros, programas políticos, incluso los grotescos reality-shows y talk-shows, ¿para qué? para enseñar a decodificarlos” dice Follari.
Recordemos que de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) 15 millones de niños están inscritos en Educación Primaria Anualmente salen unos 250 mil y reprueban alrededor de 90 mil. En Secundaria, de una matrícula de cinco millones y medio de alumnos deserta casi medio millón y reprueba más de un millón de adolescentes. Esto significa que cada año el nivel básico pierde 2 millones 659 mil alumnos. Las razones son multifactoriales, pero gran cantidad deserta o reprueba por padecer transtorno por déficit de atención e hiperactividad, ¿provocado por tantas horas frente al televisor? No se puede asegurar. Pero si la televisión esta influyendo, Carlos Monsiváis en su peculiar sentido irónico, nos habla del único poder para oponerse: el poder apagarla

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